top of page
Leticia Molinari

MANCHA CONGELADA


¿En qué piensa quien mira un cuadro? ¿y quién escucha música? En ocasiones la concentración es tan grande que nada más importa, como resume esa expresión popular: “se puede venir el mundo abajo que no me entero”. Incluso muchas veces resulta imposible afirmar con certeza si algo lo vimos o lo escuchamos, nos lo dijeron o lo leímos, lo cual nos lleva a sospechar que tal vez la mirada y la audición estén más unidas que separadas.

A estas relaciones apostaron las experiencias de sonorización de cuadros que un grupo de estudiosos españoles llevó a cabo con obras de arte; así, es factible “escuchar” La Bacanal de los Andrios (1523-26) de la trilogía Las bacanales del pintor renacentista veneciano Tiziano (1490-1576). En ella se ve el fragmento de la partitura de un canon a cuatro voces del compositor flamenco Adrian Willaert (1490-1562); no es casual que Tiziano la incluyera en esta pintura ya que sus versos hablan del amor por el vino y por las fiestas que tenían los nativos de la isla griega de Andros: “Quién bebe y no vuelve a beber, no sabe lo que es beber”. Otro cuadro sonorizado es El oído del grupo de alegorías Los Cinco Sentidos (1617-18) donde el alemán P. Rubens (1577-1640) pintó las figuras humanas y el flamenco J. Brueghel El Viejo (1568-1625) se ocupó de pintar instrumentos y partituras por doquier.

En el arte de todos los tiempos existen las referencias musicales, a veces explícitas, otras veces relacionadas con los colores o la estructura pero siempre hay algo que escuchar en cada imagen o al menos así lo entiende D. Toop (1949). Este músico experimentalista y teórico inglés invita a acercar la vista y el oído al cuadro para buscar en la imagen el gesto mínimo que despierte en la imaginación una sonoridad audible solo para esa escucha subrepticia; pide que el observador de La Lechera (ca.1660) de J. Vermeer (1632-1675) sea un oyente atento al sonido sutil de la serena escena. Toop también descubre la escucha indiscreta, la del espía que oye lo que tal vez no deba siquiera mirar, como la figura principal de The Eavesdropper (1657) de N. Maes (1634-1693).

Nadie mejor que L. van Beethoven (Alemania, 1770-1827) para reconstruir sonoramente el mundo que veía y la música que escribía; ya afectado por la sordera, escribió en sus cuadernos que podía escuchar internamente una melodía con solo ver al flautista tocarla y acerca de la creación anotó: “siempre tengo una imagen en mente al componer y solo sigo sus líneas”. Su tercer período de composición coindice con la pérdida de audición e incluye las Bagatelas op119 para piano, la Novena Sinfonía y los Cuartetos de Cuerdas op 12 al 16 entre otras obras maestras.

La tradición de la práctica musical nos recuerda que la música es un arte social y audiovisual, sin embargo, desde mediados del s.XX la llamada música acusmática apuesta por una audición sin imágenes: en la oscuridad de la sala, la percepción es estimulada por coloridas sonoridades que pueden provenir de cualquier punto en derredor y que pueden trazar su propio recorrido en el espacio. A veces es probable que el compositor se haya inspirado en una pintura como es el caso de El sueño de la razón produce monstruos (2011) del multifacético artista Ricardo de Armas quien, acerca del grabado homónimo de F. de Goya (España, 1746-1828), dice: “la pertenencia a un ámbito onírico y surrealista que se manifiesta abiertamente al visualizar el grabado, despertó mi interés en tratar de recrear una atmósfera sonora coincidente”. Otra sugestiva obra es Alucinógeno Dalí (2005) a partir de El torero alucinógeno (1968-70), pintura del español S. Dalí (1904-1989); posiblemente la escucha recupere la amplia y profunda espacialidad del lienzo, tal vez los recorridos ágiles e inquietos de los sonidos que atraviesan veloces el espacio acústico recuerden a las moscas pintadas pero también puede ser que nada de todo esto suceda y que cada oyente construya su propia historia o diseñe su imagen personal.

Del mismo modo que en el juego de la mancha congelada los ojos y oídos del “congelado” siguen activos, juntos y atentos, quien ve o escucha una obra es quien reconstruye la otra parte desde la quietud contemplativa. Y esto solo sucede cuando se siente “tocado” por el arte.

94 visualizaciones
bottom of page