MÚSICA AMENA PARA CADA PLATO
Podría decirse que música y comida maridan muy bien, si utilizamos un lenguaje gastronómico o, en términos musicales, que son dos placeres que armonizan y de esto da cuenta una larga tradición de banquetes donde bailarines y músicos entretenían a los comensales ya desde la antigua Grecia. Mucho se ha escrito acerca de esta relación y son frecuentes las escenas del cine, teatro o literatura donde grandes conflictos se arman o se resuelven en amenas comilonas.
De la difícil tarea de organizar banquetes ya hablaba el ingenioso Leonardo da Vinci (1452-1519) a mediados del s. XV cuando se ocupó de detallar que la música nunca debe faltar en una buena cocina “dado que los hombres están más felices y trabajan mejor con música” pero que “cantar en la mesa” no era parte de los buenos modales. Tampoco descuidó el menú de los músicos “¿Qué más se podría pedir para aquellos que son sensibles: vísceras de cerdo ahumadas o ubres de ternera hervidas?” pues los consideraba “un plato apropiado para cantores ambulantes, bufones, derrochadores, rufianes, charlatanes y papanatas”, grupo de personajes sensibles según el particular criterio de da Vinci. También aprovechaba los encargos de la cocina para construir instrumentos: “piel de cerdo para los tambores” y el tiempo libre para componer.
Los banquetes continuaron y durante los s. XVII y s. XVIII la música de mesa se popularizó como género musical al cual contribuyó con su famosa colección Tafelmusik el compositor alemán G.F. Telemann (1681-1767) y J.H. Schein (1686-1730) con las tres suites de su Banchetto Musicale (1617). A comienzos del s. XIX vivió el músico italiano más apasionado por la cocina, G. Rossini (1792-1868), quien merece una mención aparte. Con extravagancia y humor semejantes, el compositor francés Erik Satie (1866-1925) recurrió al sabor para referirse a los sonidos: gracias al fonoscopio, descubrió que no había nunca visto cosa más “repugnante que el sib”. También describió “la jornada de un músico” detallando el cronograma de dos comidas: “desayuno a las 12:11 y levanto la mesa a las 12:14” y “la cena servida a las 19:16 y terminada a las 19:20”. No menos importante le era su dieta: “solamente como alimentos blancos: huevos, azúcar, huesos rallados, grasa de animal muerto, ternera…”. Además, escribió música para piano acerca de los alimentos (Tres piezas en forma de pera a 4 manos, 1898-1903) y de la comida (Ensueño de la infancia de Pantagruel, 1915).
El polifacético Antony Burgess (Inglaterra, 1917-1993) también se explaya sobre el ritual de la comida y, en su condición de músico, escritor y muy buen comensal, recomienda que para cualquier comida “lo bueno, si ligero, dos veces bueno”; del mismo modo establece algunas inciertas relaciones: la música “ha de ser muy fluida para la sopa y el pescado”, “los quesos necesitan música del lugar de donde proceden” y sorprende advirtiendo “que a nadie se le ocurra regar con ninguna música el pollo de granja”.
Si en efecto no hay ritual en torno al buen comer que esté libre de acompañamiento musical, tampoco queda exento el buen beber; al menos desde la época en que J.S. Bach (1685-1750) estrenó en la Cafetería Zimmermann de Leipzig su Cantata del Café (1727) preocupado por el creciente gusto de los jóvenes por esta bebida en detrimento de la popular cerveza germana. Aun en la tradición oriental de la serena ceremonia del té están presentes los sonidos “del agua que bulle en la marmita de hierro”; tal como escribe el escritor japonés Okakura (1863-1913), durante el ancestral rito se colocan unos pequeños trozos de metal dentro de la olla “para producir una melodía particular que evoca las resonancias, amortiguadas por las nubes, de una catarata o de las rompientes de un mar lejano contra las rocas o de un chubasco en un bosque de bambús o los suspiros de los pinos en desvanecidos alcores”.
Pareciera que la buena mesa y la buena música tienen historias que corren cercanas y se entrecruzan a lo largo de los siglos haciendo honor a los versos de aquella antigua canción de Juan del Encina (España, 1468- 1529) que comienza Hoy comamos y bebamos y cantemos y holguemos… ¡Salud y viva la música!