PIANO A DOS MANOS… ¡VAYA NOVEDAD!
Muchas actividades de la vida diaria requieren del uso y coordinación de ambas manos y así como a veces logramos realizar la compleja tarea de sacar el corcho entero de la botella, otras veces nos resulta titánico destapar un frasco sin romperlo.
Para tocar el piano también se necesitan las dos manos sin importar si la habilidad personal nos define como zurdos o diestros; por eso, en la formación pianística, el entrenamiento motriz es progresivo y detallado ya que hay mucho para hacer al mismo tiempo: la vista que va y viene entre leer la partitura del atril y bajar la mirada al teclado, los pies atentos a la orden de qué pedal usar y cuándo y cómo coordinar ambas manos en cuanto a equilibrio, reacción e independencia se refiere. Cuando algo de este complejo y a la vez sutil mundo de destrezas se desarticula, el oyente tiene la sensación de que una grieta ha resentido la estructura musical y otras veces presiente su desmoronamiento total. A fin de evitar este tipo de amenazas o catástrofes, los pedagogos han sugerido diferentes propuestas, entre ellas, el estudio de cada mano por separado parece ser un método apropiado para igualar las destrezas de lateralidad; fue C.P.E. Bach quien con su Ensayo sobre el arte de tocar instrumentos de teclado (1753-1762) inauguró la metodología del estudio de manos separadas. Compilaciones como Música para piano a una mano de R. Lewenthal o los tan conocidos Estudios de C. Czerny (alumno de Beethoven) se suceden inexorablemente en la bibliografía de cada año de formación buscando además equilibrar la mano izquierda rezagada en gran medida por la herencia clásica a la función de acompañamiento.
Dicen que en pleno período barroco, hasta mediados del s. XVIII, la exigencia motriz era pareja porque los motivos, temas y frases de las obras contrapuntísticas pasaban de una mano a otra en obras como las Invenciones a dos y tres voces que compuso J.S. Bach (1720); este compositor, padre del Bach antes mencionado y de otros muchos hijos, fue quien impulsó el uso del dedo pulgar que hasta entonces casi no era tenido en cuenta. Los teclados de esa época eran pequeños, incluso las teclas de los primeros modelos de “pianoforte” a comienzos del s. XVIII eran más angostas que las actuales; todo cambió con la invención, evolución y aceptación generalizada del piano como lo conocemos hoy en pleno clasicismo.
A partir de entonces comienza el desfile de prodigiosos intérpretes, el culto al virtuosismo y los mitos de dotes físicas extraordinarias que llegan hasta avanzado el s. XIX y cuyos destellos todavía hoy nos alcanzan en la magia de la espontaneidad y los logros sin esfuerzo. La conjunción del intérprete y compositor en la figura de un músico fue la expresión máxima de la adjudicación de talentos superdotados durante el llamado Romanticismo, un período artístico en el cual la sensibilidad ocupaba buena parte de la escena creativa y el público se dividía en grupos de fans enfrentados en la competencia por el mayor virtuosismo de su ídolo. El piano era el instrumento preferido para las veladas musicales hogareñas y entre los pianistas más elogiados figuraban Franz Liszt y Frederick Chopin a cuya merecida fama se suma la leyenda de sus manos extremadamente ágiles y de tamaño poco frecuente. A Liszt se lo reconoce como el iniciador del “vibrato pianístico” y es autor de las obras más difíciles que se hayan escrito para piano, entre ellas los 12 Estudios de Ejecución Trascendental (1851) en versión de Claudio Arrau (1903-1991). Este pianista chileno fue alumno de M. Krause, discípulo dilecto de Liszt, quien a su vez, fue alumno de Antonio Salieri, compositor contemporáneo y admirador de Mozart (archienemigo mozartiano solo en la película Amadeus); la misma admiración profesó Liszt hacia su coetáneo, Chopin, otro gran “mago” del teclado. Trascendió la anécdota de que durante una velada en la que Liszt interpretaba uno de los complejos veintiún Nocturnos de Chopin pero con algunas licencias compositivas, el autor replicó: “Querido amigo, si me haces el honor de tocar algo mío, toca lo que está escrito; sólo Chopin puede corregir Chopin”.
Y las historias entre estos titanes del piano del s. XIX se multiplican y su mito se agiganta, pues tomaron una gran herencia en sus manos (literalmente) y la impulsaron de tal forma que su técnica y sus obras pasaron de maestro a alumno sentando las bases de una importante escuela pianística y compositiva todavía vigente.