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Leticia Molinari

EL SILENCIO DA QUE HABLAR


Es costumbre decir que la música está hecha de sonidos, sin embargo esto es una verdad a medias porque el silencio también forma parte del lenguaje y del evento musical. De hecho es un elemento estructural, expresivo o articulatorio del discurso sonoro a la vez que se hace evidente en las conductas de cada concierto: el silencio expectante que anticipa el inicio de la obra, el necesario silencio de la escucha o aquel instante previo al aplauso de reconocimiento. Sin embargo, por más incoherente que pueda parecer imaginar una obra hecha exclusivamente de silencio, esta existe. Precisamente el fundador del grupo francés “Los Incoherentes”, Alphonse Allais (1854-1905), compuso "Marcha Fúnebre para las Exequias de un Hombre Sordo” (1897) donde utilizó el silencio como único material compositivo porque, como él mismo indica en el prefacio de su obra, “los grandes dolores son mudos… los ejecutantes deberán ocuparse únicamente en contar los compases, en vez de entregarse a ese alboroto indecente que retira todo carácter augusto a las mejores exequias”. Así el silencio dice lo que no pueden los sonidos, y lo expresa en el respeto de la quietud exterior y el conteo mental a un “tempo lento e rigolando”. (https://youtu.be/LCOMrTyorkc). Poco después, un músico checo Erwin Schulhoff (1894-1942) en 1919 compuso “Cinco Pintorescas” piezas para piano en las que puede escucharse la influencia del jazz (https://youtu.be/AZVezITW3AY) y cuyo tercer movimiento, “In Futurum”, se caracteriza porque los silencios tienen un tratamiento formal idéntico al de los sonidos: en su partitura las figuraciones de las líneas de ambas manos recorren los pentagramas completando las medidas de compás y la notación abunda en indicaciones temporales muy precisas que condicionan la gestualidad muda del intérprete sobre el teclado. Además, Schulhoff aclara en la partitura que debe interpretarse “toda la canción con expresión y sentimiento ad libitum, siempre, hasta el final” (https://youtu.be/FBfOG0D39eo). Por entonces, Schulhoff integraba las filas del movimiento dadaísta, una corriente de pensamiento cuestionadora de las tradiciones e impulsora de la fantasía creadora que resurgió en los años ’50 con Ives Klein (1928-1962), un polifacético artista francés que no sólo inventó el “Klein Blue” sino que aportó un nuevo enfoque a la cuestión de los silencios musicales en su “Monotone-Silence Simphony” (1949, https://youtu.be/cXLPIfgzi0E). Esta obra tiene dos partes de igual duración, en la primera se escucha un único sonido cuya vibración cesa a la mitad de obra (20 minutos aproximadamente) y continúa silencio hasta el final; de este modo Klein buscaba crear un “after-silence” es decir un silencio que emergiese cuando todos los sonidos se acallaran anunciando que ante “la posibilidad de que ocurra de verdad, aunque solo sea por un momento, ese momento tendrá una duración inconmensurable”. En cambio, para John Cage (E.E.U.U, 1912-1992) el silencio era una ilusión: “Lo que pensaron que era silencio, porque no sabían cómo escuchar, estaba lleno de sonidos accidentales.”; él creía que siempre había sonido y estableció una primera medida para la escucha en su obra 4’33’’ (1952, https://youtu.be/BH_KKv566T8), dividida en tres silenciosos movimientos y con una sola palabra: “Tacet”. Por esta y otras obras se suele ubicar a Cage en la corriente minimalista cuyo lema “menos es más” resulta planteado con evidencia. A partir de estas experiencias y desde los años ‘70 hubo un creciente interés ecológico por el sonido ambiente y por lo que este pudiera aportar al arte musical y sonoro en manos de artistas como Murray Schaffer y Barry Truax. Lejos de finalizar, este desarrollo continuó, se multiplicó y llega al presente con el consecuente borramiento de las fronteras entre arte y vida, pero eso ya es otro Incidente Musical. Imagen: Bored Panda

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